miércoles, 11 de mayo de 2016

Cáncer, esa puta enfermedad.

Hoy me siento reivindicativa. Noto la bolita de frustración y rabia subiendo lentamente por mi garganta, esperando a ser expulsado como un vómito de verborrea envenenada.
Y es que, tal y como ya he mencionado con anterioridad en otras entradas, este año no está siendo nada fácil.
Desde Enero, la sucesión de malas noticias no ha dejado de hacer actos de presencia en nuestras vidas. Especialmente una.
A mi padre le diagnosticaron cáncer.
Y antes me costaba escribir la dichosa palabra y ahora es algo que se ha convertido en algo tan habitual ... A fuerza de oírla, escucharla, leerla, mencionarla, es ya una palabra común en nuestro vocabulario.
En un primer momento, todo parecía ser una mala pesadilla de la que no conseguíamos despertarnos. Cáncer... que palabra tan asquerosa y terrorífica. Cáncer, que al primer camino que te lleva es a la muerte. Y si, lo digo tan tranquila, porque aunque nunca se lo dijese a nadie, lo primero que pensé es que mi padre se moría. Y eso no me cogía en la cabeza.
Pero, poco a poco, vas leyendo, vas nutriéndote de información, hablas con médicos, enfermeras, gente de tu alrededor que ha pasado por esa misma situación y esa primera y nefasta idea, acaba por disiparse.

Claro que hay gente que se muere de cáncer, pero también se mueren de infecciones incontrolables, de pulmonías, de accidentes... Igual que la gente que se salva de todas esas horribles situaciones.

Y no hablemos de lo que nos ha cambiado el chip a todos.
Cuando algo así llega a tu vida, empiezas a valorar la importancia real de las cosas. Yo soy la reina del drama, la tremendista por excelencia de mi familia. Que mi padre esté enfermo me ha hecho que mire las cosas desde un criterio real.
Ni esa discusión con un amigo es tan importante, ni el desplante de la otra merece tu rabia. ni esa pelea por quién hizo qué, merece tanto la pena.
Y eso me lleva también a la siguiente reflexión: en estos momentos, no necesito a esa persona que merezca la pena, si no quién me la quita. 
Es el momento de ser un poco egoísta y velar por nuestras necesidades y por el enfermo, más que por las de nadie. Y los rollos de los demás, tendrán que esperar.

Aparte, algo de lo que no éramos conscientes antes y ahora si, es del tiempo. Pero no del tiempo como concepto, si no de la importancia de vivir el día a día y de no hacer planes a largo plazo. 
Esto es un cliché, pero cuando no puedes organizar las cosas con tanta antelación, aprendes a disfrutar las situaciones, los momentos, a gestionar tu día de manera que aproveches lo que te estés haciendo y te haga sentirte bien contigo mismo.
En mi absurdo afán por controlarlo todo, siempre he querido controlarlo todo: viajes, eventos, compromisos, salidas de fin de semana.
Me considero reconversa al manido dicho:'' los mejores planes, son los que no se planean''.
Te pasas malgastando tu preocupación, tus nervios y tus ganas, organizando las cosas al detalle, y cuando te quieres dar cuenta, eso que has estado organizando con tanto ahínco, ya se ha pasado. Y no te has dado ni cuenta, ni lo has disfrutado.
Y creo que esto es, principalmente porque piensas que hoy estás aquí, pero no sabes, donde te va a tocar estar mañana. Ni en qué condiciones.
No es una incitación a vivir a lo loco y despreocupadamente, es más bien una manera saludable de animar a no seguir una vida asfixiante, cuadriculada y organizada hasta la mínima expresión.

Te pasas la vida esperando a que te pase algo, y lo que te pasa es la vida. 



2 comentarios:

  1. Lo siento mucho de verdad.

    La verdad que solo cuando pasan cosas así parece que cuando somos capaces de relativizar los problemas.

    Lo más importante es ser positivos.

    Un abrazo enorme.

    ResponderEliminar
  2. Lo siento mucho de verdad.

    La verdad que solo cuando pasan cosas así parece que cuando somos capaces de relativizar los problemas.

    Lo más importante es ser positivos.

    Un abrazo enorme.

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