sábado, 25 de octubre de 2014

Sábado 7.

Cuando creemos que no salimos de nuestro círculo de confianza, nos aseguramos que el dolor no forme parte de nuestra rutina. Eso tampoco es muy normal ni muy natural.

Me insistió: ven por favor, vamos a estar solos tú y yo. Contigo, lo que quieras, cuando quieras.
Y de una vez decidí echarle huevos al asunto y plantarme en su piso.
Me arreglé pero de esa forma que nos arreglamos las mujeres para que parezca que no hemos hecho absolutamente nada por parecer estupendas.
Me ricé el pelo, me unté en crema para estar suave y oler a diosa. Me puse mis vaqueros rotos, una blusa negra (el negro siempre me hace sentir cómoda), y unas bambas negras.
No me maquillé excesivamente, porque no quería parecer que aquello era importante para mí, pero en realidad llevaba dos días con el estómago encogido y una oleada de energía me recorría desde el estómago hacia arriba cada vez que pensaba en su cara sobre la mía.
Una hora de bus más tarde, lo veo aparecer por allí. Con el  sol reflejándose en él, una camiseta de Adidas, y un pantalón de chándal que resaltaba el culo, mi sitio preferido de su cuerpo, dónde siempre van a parar mis ojos.

Todo para absolutamente nada.
Lo único que saqué en clave de todo aquello fue, medio canuto y un barceló-cola.
De lo que me alegro en el alma es de haberle echado huevos al asunto. Se acabó. No entiendo ese vaivén de ahora quiero estar contigo y me pones cerdísimo y a ratos mejor sólo somos amigos.
Pues un saludo, y tus paranoias se las cuentas a tu puta madre.
Muak.

No hay comentarios:

Publicar un comentario