domingo, 14 de diciembre de 2014

Esperanza deshonesta.

A veces es la necesidad pura de saber que le importas alguien. Esa necesidad apremiante, acuciante, asfixiante. Y saber que es imposible, que no va a llamarte nadie, que no vas a encontrar mensajes estúpidos y codificados de amor.
Es saber con certeza, que es un dolor real, que te duelen los brazos de intentar cazar algo de cariño en el aire, que te supone un estado apático y triste el saber que no hay quién te espere.
Hay veces que es necesidad de escuchar palabras bonitas sobre ti, aunque sean a escondidas, en conversaciones ajenas. Que si tú no existes, a alguien le falta el aire.

Pero sigues respirando, sigues abrazándote en silencio, porque mal de mucho consuelo de tontos, porque no eres único y especial, eres otra hormiguita más en el mundo. Aunque tu dolor sea más duro y más difícil de llevar que el de cualquier otro, eso no importa. Formas parte de un amasijo de personas con miles de problemas, unos más duros y pesados, otros ligeros como una pluma, pero ahí estás. Aguantando día a día, con un vaso que antes estaba lleno, pero que ahora está vacío, porque cada mañana te bebes un sorbito de ilusión y ésta, se va agotando.

Dicen que cuando pierdes la ilusión, pierdes las ganas de vivir. Que la ilusión es el motor de la vida, es la causa de tu lucha, es tener algo por lo que respirar. Pero, hay veces que eso no es suficiente. Que es muy difícil mantenerte vivo y alegre, porque los cuchillos clavados en la espalda, cada día hacen más daño y te nublan la vista. Y te pierdes cosas inimaginables, cosas increíblemente bellas, personas que son hermosas. Pero tú tienes heridas de guerra y ya no te apetece ver. Estás cansado y estás exhausto de tratar que la vida no te afecte. Y el dolor es la certeza de que estamos vivos, pues si bien la ilusión es el motor de la vida, el dolor es la señal de que existimos. Putamente vivos. 

Sacar el amor a raudales. ¿Para qué? Lo único que se consigue es vaciarte por completo, regalar tu esencia a otros que quizás no aprecien su exquisito perfume. Y cuando no quede nada de ti por regalar, ¿qué será de ti, pequeño infeliz? 
Seguirás arrastrándote de un lado para otro, esperando que alguien te devuelva lo que tu diste en su día, como un perro abandonado, esperando un nuevo hogar. Esperanza deshonesta.

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