martes, 22 de agosto de 2017

Cuando volví a casa, y me metí en la que ha sido mi habitación toda mi vida, me sentía una completa extraña.
Más que extraña, me sentía usurpadora, porque miraba las fotos colgadas en la pared, las sábanas en la cama, los libros apilados en las estanterías, y no sentía que ningún objeto me perteneciera.
La habitación despedía un olor a viejo, como a añejo, después de 8 meses deshabitada.
Tocaba las cosas, como el que contempla y observa los recuerdos de un viejo antepasado, como se miran las cosas que no son nuestras, desde lejos y con curiosidad.

Ya han pasado tres meses desde aquella vez, y aún así, me cuesta creer que esté aquí, en esta cárcel mental.
He cambiado los muebles de sitio como tres veces, y aún así, no me termino de sentir cómoda aquí.
De todas formas albergo la esperanza de no tener que terminar de adaptarme de nuevo a esto, porque tengo la absurda esperanza y la sensación, de que no me queda mucho más tiempo aquí.
Es un sentimiento premonitorio, como la certeza incierta de que eso va a suceder.

No sé que necesidad ha sido la que me ha traído a volver a escribir aquí. Agradezco en el alma que aún haya gente a la que le interese leer lo que escribo, es un gran consuelo.
Me ayuda a pensar que no todo está perdido, que todavía tengo algo bueno o malo que decir.
De hecho es como si hubiese recuperado algo de mí, releyendo todo esto, lo que estoy escribiendo y lo que he dicho en otras entradas.

Y aunque parezca que escribo en tono melancólico, lo cierto es que estoy bastante estable y cuerda. Me quejo aquí, porque es el único sitio donde puedo decir realmente como me siento, pero de alguna manera, sé que estoy donde tengo que estar, volviendo a los orígenes.

Me hace gracia porque no sé cuantas entradas habré escrito lo desarraigada que me siento, es una pena que borrase el otro blog, dónde desde mi más tierna adolescencia, describía estos mismos episodios de pieza-de-puzle que no encaja.
Ahí creo que se forjaba la auténtica esencia de todo esto, pero como he hecho miles de veces, corté con todo lo que me hacía daño. Y aunque me sentía más yo que nunca, fueron unos años realmente dañinos y tóxicos para mi.

No sé porque dicen que la adolescencia es la mejor etapa de la vida, o la más feliz, cuando casi el 90% de personas que conozco, están o han estado jodidas en esa época.

Supongo que no paro de divagar.

2 comentarios:

  1. Para mí la infancia y la adolescencia han sido las peores épocas. Probablemente la adolescencia lo fuera aún más, pq me daba cuenta de lo malas que eran las cosas, mientras q en la infancia lo eran también pero las sufría menos.
    Sí que nos interesa leer lo q escribes, al menos a mí sí!

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    1. Supongo que cuando eres una niña, hay cosas que se escapan a tu entendimiento y las aceptas como tal, por eso, se sufre "menos".

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