jueves, 22 de marzo de 2018

Tres semanas más tarde.

Han pasado ya tres semanas.
El tiempo como siempre, pasa volando y sin aviso, y la verdad que casi ni me he percatado del paso de los días.
Conforme van pasando los días, voy experimentando diferentes estados de ánimo y cambios de humor.
Los primeros días, recuerdo estar muy tranquila. Porque me había quitado la presión de tener que estar haciendo cálculos, midiendo mis palabras, censurándome en muchos casos. Y de golpe, todas esas barreras, habían sido derribadas. Ya no tenía que esconder mi personalidad en un botecito y guardarlo en un sitio, donde no le diese la luz.
Pasada ya la primera semana, empecé a sentir muchísima rabia y frustración. Frustración por haber luchado tanto, por haber abandonado tantas cosas a mi alrededor por el "bien" de la relación, que no le hacía bien a nadie. Especialmente a mí. También estaba enfadada con él, por su falta de empatía, por su falta de humanidad conmigo. Enfadada conmigo misma, por haberme enamorado de una persona así, que tanto daño me estaba haciendo, que tantísima inseguridad me causaba. ¿Dónde estaba mi amor propio?
Tres semanas después, estoy algo más reflexiva.
Digamos que la frustración, no se ha ido del todo, pero no me produce tanto malestar. Supongo que voy aceptando que hay veces que luchas y no ganas, que te toca perder. No voy a decir que he perdido el tiempo, porque también es verdad, que si no hubiese dado con una persona como él, hay muchas cosas que jamás habría aprendido. Y eso son lecciones de vida.

También me he parado a pensar en la carga que se nos ha impuesto a las mujeres en el rol de pareja.
En el momento que damos con un hombre problemático, el típico "canalla" de toda la vida, nos sale o se nos impone, la vena de salvadoras. Nosotras vamos a hacer que su vida sea mejor, vamos a abrirle los ojos y que deje de lado aquellas cosas que no son buenas para él. Vamos a hacerle la vida más fácil y más feliz. 
¿Por qué?
Recuerdo, con un poco de vergüenza, el pensar esas cosas, el que mi misión era hacerle feliz. Ayudarlo en todo lo posible, estar ahí siempre que le hiciese falta. Aunque eso significase abandonarme a mí a un lado.
No estamos para salvarle la vida a nadie. Y menos a quién no se lo merece. No  somos ni psicólogas, ni madres. Estamos en una situación en la que prima la igualdad de condiciones. Por supuesto que una pareja debe ser un apoyo fundamental en la relación, pero no a costa de uno de los dos. 
Será también que ahora estoy un poco más abierta a nuevas ideologías, o las ideologías de siempre pero no tan visibles como ahora, pero es una idea que no deja de martillearme la cabeza.
Con esto no quiero decir que no haya que prestar ayuda si tu pareja te la pide, pero es que la mayoría de esos casos, esa ayuda sale de forma espontánea como un torrente, del que el otro, si no tiene lo que hay que tener, se aprovecha hasta agotar la última gotita.
Y eso es una auténtica bazofia.

Con todo esto y a pesar de lo que he escrito, quiero decir que a día de hoy, no me siento perdedora. Al contrario, creo que he sido una guerrera y que he estado bregando hasta el final, hasta agotar mis energías. Y que por muy manido que suene, más vale tarde, que nunca. Me alegro de haber abierto los ojos, y de darme cuenta de la oportunidad tan grande que tengo delante de mí.

Además, también es verdad que me están pasando cosas muy buenas ahora mismo, entonces estoy en un momento perfecto de mi vida. Me apetece hacer un montón de cosas, aprender a hacer algo nuevo. Viajar y no quedarme estancada en este lugar.
Ojalá esta actitud me dure mucho tiempo, porque no voy a ser una mentirosa, sé que vendrán los días de bajón, porque es lo que tienen las relaciones con dependencia emocional, que te hacen creer que ya no vas a encontrar a nadie como esa persona.
Cuando en realidad, es lo mejor que te puede pasar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario